LA EDAD MEDIA, "UN INVENTO" HISTORIOGRÁFICO CAPÍTULO II
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LA EDAD MEDIA, "UN INVENTO" HISTORIOGRÁFICO CAPÍTULO II
LA EDAD MEDIA, "UN INVENTO" HISTORIOGRÁFICO CAPÍTULO II
AUTOR MARCO VINICIO MEJÍA DÁVILA
El positivismo, influido por el evolucionismo científico, consideró la Edad Media como un eslabón en la cadena del progreso. Hegel ofreció una “variante laica del providencialismo histórico”. Comte formuló la ley de los “tres estados” (religioso-feudal, filosófico-burgués y científico-industrial). Marx y Engels plantearon la teoría de los diferentes “modos de producción”. Todos estos autores vieron la Edad Media como “una etapa que se supera, en un camino procesual”. Los autores organicistas encontraron en cada civilización un parangón con la trayectoria biológica de los seres vivos (Spengler y Toynbee), con lo cual alcanzaron un determinismo que obviaba parte de la historia medieval europea.
Sarton sugiere que “para comprender la ciencia y el pensamiento medievales tenemos que explorar las obras de mucha gente, de Occidente y de Oriente”. Esto no siempre se ha hecho. El cambio, con respecto a la imagen existente del Medievo, lo registró el historiador alemán Luden, quien, en su libro “Historia del pueblo alemán” (1825), advirtió: “Hace una generación, la Edad Media parecía una noche oscura; ahora, el encanto de lo que descubrimos ha fortalecido el deseo de seguir investigando".
Estos dos extremos de opuesta consideración sobre la Edad Media se sigue viviendo en la actualidad. Tal hecho se aprecia en la literatura y el cine (especial mención hay que hacer del exitoso, y a veces oportunista, género de la “novela histórica” tan de moda en estos últimos años), que frecuentemente estereotipa las grandezas y miserias de estos mil años sin llegar a centrar convenientemente su compleja realidad social y cultural. Mil años de historia de Occidente no pueden ofrecer un aspecto homogéneos, por lo que el estudio de la Edad Media no sólo ofrece distintas versiones (política, bélica, cultural, etcétera) sino constantes cambios cronológicos.
Los primeros siglos de la Alta Edad Media son considerados como el periodo medieval más oscuro, como consecuencia de la relativa pérdida del orden y la cultura romanas. Las guerras y la violencia forzaron la consolidación de un sistema feudal de intercambio de servicios y contrapartidas. De esa etapa se suele olvidar el brillo cultural y artístico remansado en el Imperio Romano de Oriente, convertido en el Imperio Bizantino que, a pesar de sus muchos conflictos, conservó el acerbo cultural y científico romano y lo irradió al resto de Occidente mediante influencias directas e indirectas (árabes de Al-andalus y siglos más tarde durante el conflicto de las Cruzadas).
Los árabes aparecieron en la cuenca mediterránea, a partir del siglo VII. Este pueblo conquistador se apoderó de grandes extensiones territoriales que incluían Irak, Palestina, Persia, Siria y Egipto. La conquista musulmana de España, en 711 alertó, a los pueblos cristianos de la amenaza que acechaba y Carlos Martel logró contenerlos en Poitiers, hacia el año 732. El hijo del vencedor, Pipino El Breve (751 – 768) inauguró la dinastía carolingia y se consideró “el brazo derecho del papado”. Al derrotar a los lombardos, les arrebató sus territorios y los cedió al Papa, para dar origen a su poder temporal y el establecimiento de los llamados “Estados de la Iglesia”. Su reinado fue continuado por Carlos El Grande o Carlomagno (768 – 814), quien con el apoyo de la Iglesia derrotó a los lombardos, encerró a su jefe en un convento, se hizo nombrar rey de Lombardía y de Italia. Carlomagno logró dominar un vasto imperio.
El efímero pero fructífero renacimiento carolingio de los siglos VIII y IX, sentó las base de lo que dos centurias más tarde se llamaría el Renacimiento Románico, producido en el siglo XI. Este es consecuencia de una combinación de mejoras de tipo técnico, político y económico, surgidas poco después del emblemático y apocalíptico año 1000. Fue la etapa de florecimiento del mundo religioso y cultural monástico que se plasmó en un revivir sin precedentes de arquitectura, escultura, pintura, iluminación de manuscritos, etcétera. Richard Hunt advierte que a partir del renacimiento carolingio destacó la formación de bibliotecas medievales, como lugares indispensables de estudios para el desarrollo del pensamiento, ya que “Occidente había padecido la inexistencia de librerías durante seis siglos”. La formación de las bibliotecas estuvo a cargo de los monasterios y a mediados del siglo XIII, París y Bolonia participaban en la regulación del comercio de los libros, los cuales “constituyen una herencia y un permanente testimonio de las manifestaciones culturales de la Edad Media.”
También se considera que ese florecimiento fue una consecuencia de la activación del fenómeno de las peregrinaciones y del sentimiento de defensa de la fe mediante el espíritu de cruzada que, paradójicamente, activó el trasvase de nuevas ideas que supuso el trasiego de gentes viajeras. Esa gradual apertura e intercomunicación transformó la sociedad y la percepción del mundo que tendrá como clímax el siglo del gótico, el XIII. Esa centuria vivió el renacer de las ciudades y la vida urbana, el traslado del protagonismo de los monasterios a las catedrales y parroquias urbanas, el declive de las órdenes monásticas anteriores en beneficio de los conventos mendicantes, la creación de universidades y una revalorización de los aspectos relacionados con la naturaleza y el hombre.
Tras el esplendor de los siglos XI, XII y XIII, la Baja Edad Media vivió durante el siglo XIV su periodo de mayor crisis, de la cual Europa tardó tiempo en recuperarse y que, de alguna manera, condujo a la renovación de puntos de vista sobre el hombre y la vida que condujeron al Renacimiento. Ese siglo XIV llevó a Europa todo tipo de calamidades, como conflictos bélicos constantes y especialmente la epidemia de la Peste Negra que asoló gran parte de Europa a mitad de siglo y que según diversos historiadores acabó con la vida de la mitad de la población.
La pregunta en este punto es: ¿existió la Edad Media? Dos medievalistas connotados consideran que no, pues se trata de una invención historiográfica con claros intereses ideológicos, de corte racionalista y anticatólico. Sin embargo, el término se ha difundido como un tópico muy exitoso.
La historiadora francesa Régine Pernoud sostiene: “Si a un medievalista se le metiera en la cabeza componer una antología de disparates sobre el tema, la vida cotidiana le ofrecería materia más que suficiente. No hay día en que no se oiga alguna reflexión del tipo: ‘ya no estamos en la Edad Media’, o ‘es una vuelta a la Edad Media’, o ‘es una mentalidad medieval’. Y esto en toda clase de circunstancias: para recordar las reivindicaciones de un sindicato, o para deplorar las consecuencias de una huelga, o cuando uno se ve llevado a emitir ideas generales sobre la demografía, el analfabetismo, la educación.”
El título “Para acabar con la Edad Media” de la consagrada medievalista Régine Pernoud es una declaración de principios: terminar con la visión vergonzante y oscurantista que el gran público tiene de este periodo de la historia de Occidente. Esta imagen es tributaria del pensamiento ilustrado, que realizó un duro enjuiciamiento de los siglos medievales partiendo de postulados racionalistas. Régine Pernoud (1909-1998) dedicó su vida a la investigación con fuentes originales y con esta obra desbarata muchos de los tópicos sobre el mundo medieval. Revisa la producción literaria de la época, sus logros artísticos, el papel de la mujer, los códigos de honor y los rituales sociales, así como la imbricación entre el poder temporal y el espiritual. La autora se enfrenta a las numerosas leyendas negras que jalonan el Medievo, como el papel de la Inquisición o el proceso a los Templarios.
El autor francés Jacques Heers, profesor de historia medieval de la Universidad de la Sorbona (París IV), agrega que “lo medieval da vergüenza, es detestable; y lo ‘feudal’, su carta de visita para muchos, es todavía más indignante.” Para Heers, los nueve o diez siglos que duró la Edad Medía serían como una “noche de los tiempos” entre dos “épocas gloriosas”, la Antigüedad clásica y el Renacimiento. El estereotipo no engaña a los expertos, pero sigue profundamente anclado en la memoria colectiva., sostiene que esa Edad Media no existió en realidad: “no es más que una noción abstracta forjada a propósito, por distintas comodidades o razones, a la que se ha aplicado a sabiendas ese tipo de oprobio”. Su empeño es mostrar los orígenes y el mecanismo de esa "impostura intelectual". Su discurso pasa revista a varios aspectos claves. En primer lugar, advierte que la idea de un corte radical entre lo que se ha dado en llamar Edad Media y el Renacimiento puede ser cómodo por razones pedagógicas, pero distorsiona la realidad. Muchas de las manifestaciones que nos parecen típicas del Renacimiento estaban presentes en los siglos medievales. La idea de la fractura fue lanzada por los humanistas italianos, deseosos de hacer valer su originalidad, y reforzada por los historiadores protestantes, encarnizados contra la Iglesia medieval.
La imagen tópica de los "tiempos feudales", en la que los desorbitados derechos de los señores provocaban la condición miserable de los campesinos, es también discutida por Heers. Los estudios de especialistas del mundo rural obligan hoy a precisar las jerarquías y la movilidad en el medievo, sin que quepa hablar de una sociedad dividida en dos bloques y petrificada.
Otra tara indeleble de la Edad Media sería el oscurantismo segregado por la Iglesia, con una religiosidad popular teñida de supersticiones. Jacques Heers atribuye el origen de esta imagen detestable de la Iglesia medieval a la acción propagandística de los filósofos de la Ilustración y al anticlericalismo virulento del siglo XIX. Pero los que se presentaban como enemigos del oscurantismo no tuvieron inconveniente en inventar leyendas sobre la Edad Media como las de los terrores del año mil, la de la papisa Juana o exageraciones sobre la Inquisición.
No se trata de establecer una injusticia contra un importante y extenso período histórico, sino enfrentar. Para seguir al medievalista chileno José Marín, “se podría decir que, en cierto modo, la Edad Media sí estaba sumida en la oscuridad; pero no porque fuese oscura en sí misma, sino por lo poco que de ella se sabía.” En consecuencia, oscura no es la “Edad Media” como tal, sino las personas, actuales y pasadas, que poco o nada saben de ella.
AUTOR MARCO VINICIO MEJÍA DÁVILA
El positivismo, influido por el evolucionismo científico, consideró la Edad Media como un eslabón en la cadena del progreso. Hegel ofreció una “variante laica del providencialismo histórico”. Comte formuló la ley de los “tres estados” (religioso-feudal, filosófico-burgués y científico-industrial). Marx y Engels plantearon la teoría de los diferentes “modos de producción”. Todos estos autores vieron la Edad Media como “una etapa que se supera, en un camino procesual”. Los autores organicistas encontraron en cada civilización un parangón con la trayectoria biológica de los seres vivos (Spengler y Toynbee), con lo cual alcanzaron un determinismo que obviaba parte de la historia medieval europea.
Sarton sugiere que “para comprender la ciencia y el pensamiento medievales tenemos que explorar las obras de mucha gente, de Occidente y de Oriente”. Esto no siempre se ha hecho. El cambio, con respecto a la imagen existente del Medievo, lo registró el historiador alemán Luden, quien, en su libro “Historia del pueblo alemán” (1825), advirtió: “Hace una generación, la Edad Media parecía una noche oscura; ahora, el encanto de lo que descubrimos ha fortalecido el deseo de seguir investigando".
Estos dos extremos de opuesta consideración sobre la Edad Media se sigue viviendo en la actualidad. Tal hecho se aprecia en la literatura y el cine (especial mención hay que hacer del exitoso, y a veces oportunista, género de la “novela histórica” tan de moda en estos últimos años), que frecuentemente estereotipa las grandezas y miserias de estos mil años sin llegar a centrar convenientemente su compleja realidad social y cultural. Mil años de historia de Occidente no pueden ofrecer un aspecto homogéneos, por lo que el estudio de la Edad Media no sólo ofrece distintas versiones (política, bélica, cultural, etcétera) sino constantes cambios cronológicos.
Los primeros siglos de la Alta Edad Media son considerados como el periodo medieval más oscuro, como consecuencia de la relativa pérdida del orden y la cultura romanas. Las guerras y la violencia forzaron la consolidación de un sistema feudal de intercambio de servicios y contrapartidas. De esa etapa se suele olvidar el brillo cultural y artístico remansado en el Imperio Romano de Oriente, convertido en el Imperio Bizantino que, a pesar de sus muchos conflictos, conservó el acerbo cultural y científico romano y lo irradió al resto de Occidente mediante influencias directas e indirectas (árabes de Al-andalus y siglos más tarde durante el conflicto de las Cruzadas).
Los árabes aparecieron en la cuenca mediterránea, a partir del siglo VII. Este pueblo conquistador se apoderó de grandes extensiones territoriales que incluían Irak, Palestina, Persia, Siria y Egipto. La conquista musulmana de España, en 711 alertó, a los pueblos cristianos de la amenaza que acechaba y Carlos Martel logró contenerlos en Poitiers, hacia el año 732. El hijo del vencedor, Pipino El Breve (751 – 768) inauguró la dinastía carolingia y se consideró “el brazo derecho del papado”. Al derrotar a los lombardos, les arrebató sus territorios y los cedió al Papa, para dar origen a su poder temporal y el establecimiento de los llamados “Estados de la Iglesia”. Su reinado fue continuado por Carlos El Grande o Carlomagno (768 – 814), quien con el apoyo de la Iglesia derrotó a los lombardos, encerró a su jefe en un convento, se hizo nombrar rey de Lombardía y de Italia. Carlomagno logró dominar un vasto imperio.
El efímero pero fructífero renacimiento carolingio de los siglos VIII y IX, sentó las base de lo que dos centurias más tarde se llamaría el Renacimiento Románico, producido en el siglo XI. Este es consecuencia de una combinación de mejoras de tipo técnico, político y económico, surgidas poco después del emblemático y apocalíptico año 1000. Fue la etapa de florecimiento del mundo religioso y cultural monástico que se plasmó en un revivir sin precedentes de arquitectura, escultura, pintura, iluminación de manuscritos, etcétera. Richard Hunt advierte que a partir del renacimiento carolingio destacó la formación de bibliotecas medievales, como lugares indispensables de estudios para el desarrollo del pensamiento, ya que “Occidente había padecido la inexistencia de librerías durante seis siglos”. La formación de las bibliotecas estuvo a cargo de los monasterios y a mediados del siglo XIII, París y Bolonia participaban en la regulación del comercio de los libros, los cuales “constituyen una herencia y un permanente testimonio de las manifestaciones culturales de la Edad Media.”
También se considera que ese florecimiento fue una consecuencia de la activación del fenómeno de las peregrinaciones y del sentimiento de defensa de la fe mediante el espíritu de cruzada que, paradójicamente, activó el trasvase de nuevas ideas que supuso el trasiego de gentes viajeras. Esa gradual apertura e intercomunicación transformó la sociedad y la percepción del mundo que tendrá como clímax el siglo del gótico, el XIII. Esa centuria vivió el renacer de las ciudades y la vida urbana, el traslado del protagonismo de los monasterios a las catedrales y parroquias urbanas, el declive de las órdenes monásticas anteriores en beneficio de los conventos mendicantes, la creación de universidades y una revalorización de los aspectos relacionados con la naturaleza y el hombre.
Tras el esplendor de los siglos XI, XII y XIII, la Baja Edad Media vivió durante el siglo XIV su periodo de mayor crisis, de la cual Europa tardó tiempo en recuperarse y que, de alguna manera, condujo a la renovación de puntos de vista sobre el hombre y la vida que condujeron al Renacimiento. Ese siglo XIV llevó a Europa todo tipo de calamidades, como conflictos bélicos constantes y especialmente la epidemia de la Peste Negra que asoló gran parte de Europa a mitad de siglo y que según diversos historiadores acabó con la vida de la mitad de la población.
La pregunta en este punto es: ¿existió la Edad Media? Dos medievalistas connotados consideran que no, pues se trata de una invención historiográfica con claros intereses ideológicos, de corte racionalista y anticatólico. Sin embargo, el término se ha difundido como un tópico muy exitoso.
La historiadora francesa Régine Pernoud sostiene: “Si a un medievalista se le metiera en la cabeza componer una antología de disparates sobre el tema, la vida cotidiana le ofrecería materia más que suficiente. No hay día en que no se oiga alguna reflexión del tipo: ‘ya no estamos en la Edad Media’, o ‘es una vuelta a la Edad Media’, o ‘es una mentalidad medieval’. Y esto en toda clase de circunstancias: para recordar las reivindicaciones de un sindicato, o para deplorar las consecuencias de una huelga, o cuando uno se ve llevado a emitir ideas generales sobre la demografía, el analfabetismo, la educación.”
El título “Para acabar con la Edad Media” de la consagrada medievalista Régine Pernoud es una declaración de principios: terminar con la visión vergonzante y oscurantista que el gran público tiene de este periodo de la historia de Occidente. Esta imagen es tributaria del pensamiento ilustrado, que realizó un duro enjuiciamiento de los siglos medievales partiendo de postulados racionalistas. Régine Pernoud (1909-1998) dedicó su vida a la investigación con fuentes originales y con esta obra desbarata muchos de los tópicos sobre el mundo medieval. Revisa la producción literaria de la época, sus logros artísticos, el papel de la mujer, los códigos de honor y los rituales sociales, así como la imbricación entre el poder temporal y el espiritual. La autora se enfrenta a las numerosas leyendas negras que jalonan el Medievo, como el papel de la Inquisición o el proceso a los Templarios.
El autor francés Jacques Heers, profesor de historia medieval de la Universidad de la Sorbona (París IV), agrega que “lo medieval da vergüenza, es detestable; y lo ‘feudal’, su carta de visita para muchos, es todavía más indignante.” Para Heers, los nueve o diez siglos que duró la Edad Medía serían como una “noche de los tiempos” entre dos “épocas gloriosas”, la Antigüedad clásica y el Renacimiento. El estereotipo no engaña a los expertos, pero sigue profundamente anclado en la memoria colectiva., sostiene que esa Edad Media no existió en realidad: “no es más que una noción abstracta forjada a propósito, por distintas comodidades o razones, a la que se ha aplicado a sabiendas ese tipo de oprobio”. Su empeño es mostrar los orígenes y el mecanismo de esa "impostura intelectual". Su discurso pasa revista a varios aspectos claves. En primer lugar, advierte que la idea de un corte radical entre lo que se ha dado en llamar Edad Media y el Renacimiento puede ser cómodo por razones pedagógicas, pero distorsiona la realidad. Muchas de las manifestaciones que nos parecen típicas del Renacimiento estaban presentes en los siglos medievales. La idea de la fractura fue lanzada por los humanistas italianos, deseosos de hacer valer su originalidad, y reforzada por los historiadores protestantes, encarnizados contra la Iglesia medieval.
La imagen tópica de los "tiempos feudales", en la que los desorbitados derechos de los señores provocaban la condición miserable de los campesinos, es también discutida por Heers. Los estudios de especialistas del mundo rural obligan hoy a precisar las jerarquías y la movilidad en el medievo, sin que quepa hablar de una sociedad dividida en dos bloques y petrificada.
Otra tara indeleble de la Edad Media sería el oscurantismo segregado por la Iglesia, con una religiosidad popular teñida de supersticiones. Jacques Heers atribuye el origen de esta imagen detestable de la Iglesia medieval a la acción propagandística de los filósofos de la Ilustración y al anticlericalismo virulento del siglo XIX. Pero los que se presentaban como enemigos del oscurantismo no tuvieron inconveniente en inventar leyendas sobre la Edad Media como las de los terrores del año mil, la de la papisa Juana o exageraciones sobre la Inquisición.
No se trata de establecer una injusticia contra un importante y extenso período histórico, sino enfrentar. Para seguir al medievalista chileno José Marín, “se podría decir que, en cierto modo, la Edad Media sí estaba sumida en la oscuridad; pero no porque fuese oscura en sí misma, sino por lo poco que de ella se sabía.” En consecuencia, oscura no es la “Edad Media” como tal, sino las personas, actuales y pasadas, que poco o nada saben de ella.
Re: LA EDAD MEDIA, "UN INVENTO" HISTORIOGRÁFICO CAPÍTULO II
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